04-08-2016, 15:02
Adiós al maestro Manuel Maristany
Junio 07 2.016
“Nací un 4 de marzo de 1930, un dato que figura en la solapa mi novela ‘La enfermera de Brunete’. De modo que me resulta imposible ocultar a mis lectores mi edad venerable. Si a los sesenta años uno es un anciano, a los setenta es un fósil viviente. En una reseña de mi novela aparecida en no recuerdo qué periódico, un crítico amable me califica de “setentón jovial”. Otro, “septuagenario”. No me molesta. Lo tengo asumido. Tengo setenta y siete años y no voy a decir, como Bertín Osborne los suyos, 52, pero que “bien llevados”. Los tengo y punto. Por lo menos he llegado hasta aquí y lo puedo contar”.
Manuel Maristany escribía sobre él mismo hace ya unos años (Juan Manuel Grijalvo recoge en su blog este testimonio, que le retrata a las mil maravillas), como quitando mérito a su obra y a su quehacer. Nos ha dejado este fin de semana, a los 86 años. Gran aficionado a la fotografía y a la literatura (se licenció en Derecho, pero nunca quiso ejercer la abogacía) es uno de los grandes divulgadores del ferrocarril español y autor de una de las obras gráficas más completas de nuestro país, que inició en 1973.
Cuenta Juanjo Olaizola en su semblanza que Maristany “pertenecía a una familia de honda raigambre ferroviaria, no en vano su abuelo, Eduardo Maristany Gibert, fue el primer director español de una gran compañía ferroviaria, en este caso MZA, además de Marqués de Argentera, título otorgado por el Rey Alfonso XIII por haber dirigido la construcción del túnel de la Torreta en Argentera (Tarragona), entonces el más largo del país, con 4.044 metros de longitud. Sin embargo, como él mismo reconocía en el prólogo de ‘Adiós Viejas Locomotoras’, su vocación ferroviaria fue tardía y no se despertó hasta una fría noche, a finales de los años sesenta, cuando al apearse del tren para contemplar la ceremonia del relevo de tracción en la estación de Mora la Nova, en lugar de una locomotora de vapor, apareció, según sus propias palabras “un torpedo verdoso”, probablemente, una diésel de la serie 4000 de Renfe. Este episodio le hizo tomar conciencia sobre el inevitable final de la tracción vapor y desde entonces dirigió el objetivo de su cámara a inmortalizar las últimas locomotoras”.
“Vine al mundo en una finca de la calle de Mallorca tocando al Paseo de Gracia. Es decir, en la tan traída y llevada derecha del Ensanche barcelonés, feudo tradicional de la burguesía catalana. No me avergüenzo en absoluto de pertenecer a ella. Estoy muy orgulloso. Un país sin una burguesía dinámica y emprendedora no va a ninguna parte, como no sea a la miseria más abyecta. Rumania, Albania y Cuba podrían ser tres buenos ejemplos de lo dicho”. Maristany no tenía pelos en la lengua. Y cuando tenía que cantar las verdades del barquero, así lo hacía.
Manolo, como le gustaba a él que le llamaran, era un gran aficionado a la montaña y al eski. De hecho su primera incursión en la literatura tiene como escenario ese mundo que tanto amaba. En 1960 publica ‘Ha nevado en La Molina’, aunque su primer éxito le llega en 1962 por ‘Operación Impala’, en el que plasma la expedición de cinco aventureros catalanes por el continente africano a bordo de motocicletas ‘Impala’ fabricadas por Montesa. En 1967 obtiene el premio Doncel por su obra Rikki-Tikki y en 1968 publica ‘Gurka’, una de sus obras más preciadas.
“Debido al éxito de ‘Operación Impala’, y fascinados por la aureola de expertos africanistas que nos habíamos forjado, un grupo de cazadores barceloneses me fichó para filmar un safari en El Chad. Muy bien pagado. Si acepté, fue, entre otras cosas, para hacer méritos delante de mi suegro, al que eso de ganarse la vida haciendo fotos y escribiendo novelitas le parecía poco serio”.
Como tantos otros, la Guerra Civil dejó en él un poso de dolor que el tiempo no pudo borrar. “De alguna manera, la guerra me marcó. Las impresiones infantiles, no por inconscientes, son menos indelebles. Mi padre, sus dos hermanos y sus innumerables primos vivieron la guerra como una cruzada, con fe, con entusiasmo y con ilusión inmensos. Mi tío Alfonso, como he dicho antes, cayó en la batalla del Jarama. Mi tío Carlos, también de Regulares, salió con la pata ranca de la batalla del Ebro. Su primo Fernando Vidal-Ribas, de caballería, fue fusilado en los fosos del castillo de Montjuïch. Es posible que me inspirara en él para describir el fusilamiento de Gonzalo de Montcada en los fosos de Santa Elena, por los que me gusta perderme para escuchar el eco de los disparos venidos del más allá”.
Pero su gran pasión eran los trenes. A ellos dedica la mayor parte de su producción literaria y fotográfica, con libros como ‘Adiós viejas locomotoras’, ‘Los pequeños trenes españoles’, ‘Los últimos gigantes’, ‘Un siglo de ferrocarril en Cataluña’. ‘Máquinas, maquinistas y fogoneros’ y ‘Los ferrocarriles Vascongados’, entre otros. En 2007, ya con 77 años, debuta en la novela con ‘La enfermera de Brunete’, donde realiza un detallado retrato de la burguesía y la aristocracia catalana durante la II República y la Guerra Civil y narra la contienda española desde el prisma del bando franquista. ‘La enfermera de Brunete’ (‘Los Cipreses…’ de Gironella fueron el detonante) acaban por consagrarle como un novelista consumado. En 2009 publica su última obra, ‘El desafío’, en la que relata una historia de amor en alta mar.
Con sus imágenes ferroviarias, nos hemos iniciado en esta apasionante aventura del tren y sus historias. Gracias a él hemos vivido los tiempos del vapor y hemos aprendido más de una lección con sus entreñables textos. Por todo ello, ¡gracias maestro!
Junio 07 2.016
“Nací un 4 de marzo de 1930, un dato que figura en la solapa mi novela ‘La enfermera de Brunete’. De modo que me resulta imposible ocultar a mis lectores mi edad venerable. Si a los sesenta años uno es un anciano, a los setenta es un fósil viviente. En una reseña de mi novela aparecida en no recuerdo qué periódico, un crítico amable me califica de “setentón jovial”. Otro, “septuagenario”. No me molesta. Lo tengo asumido. Tengo setenta y siete años y no voy a decir, como Bertín Osborne los suyos, 52, pero que “bien llevados”. Los tengo y punto. Por lo menos he llegado hasta aquí y lo puedo contar”.
Manuel Maristany escribía sobre él mismo hace ya unos años (Juan Manuel Grijalvo recoge en su blog este testimonio, que le retrata a las mil maravillas), como quitando mérito a su obra y a su quehacer. Nos ha dejado este fin de semana, a los 86 años. Gran aficionado a la fotografía y a la literatura (se licenció en Derecho, pero nunca quiso ejercer la abogacía) es uno de los grandes divulgadores del ferrocarril español y autor de una de las obras gráficas más completas de nuestro país, que inició en 1973.
Cuenta Juanjo Olaizola en su semblanza que Maristany “pertenecía a una familia de honda raigambre ferroviaria, no en vano su abuelo, Eduardo Maristany Gibert, fue el primer director español de una gran compañía ferroviaria, en este caso MZA, además de Marqués de Argentera, título otorgado por el Rey Alfonso XIII por haber dirigido la construcción del túnel de la Torreta en Argentera (Tarragona), entonces el más largo del país, con 4.044 metros de longitud. Sin embargo, como él mismo reconocía en el prólogo de ‘Adiós Viejas Locomotoras’, su vocación ferroviaria fue tardía y no se despertó hasta una fría noche, a finales de los años sesenta, cuando al apearse del tren para contemplar la ceremonia del relevo de tracción en la estación de Mora la Nova, en lugar de una locomotora de vapor, apareció, según sus propias palabras “un torpedo verdoso”, probablemente, una diésel de la serie 4000 de Renfe. Este episodio le hizo tomar conciencia sobre el inevitable final de la tracción vapor y desde entonces dirigió el objetivo de su cámara a inmortalizar las últimas locomotoras”.
“Vine al mundo en una finca de la calle de Mallorca tocando al Paseo de Gracia. Es decir, en la tan traída y llevada derecha del Ensanche barcelonés, feudo tradicional de la burguesía catalana. No me avergüenzo en absoluto de pertenecer a ella. Estoy muy orgulloso. Un país sin una burguesía dinámica y emprendedora no va a ninguna parte, como no sea a la miseria más abyecta. Rumania, Albania y Cuba podrían ser tres buenos ejemplos de lo dicho”. Maristany no tenía pelos en la lengua. Y cuando tenía que cantar las verdades del barquero, así lo hacía.
Manolo, como le gustaba a él que le llamaran, era un gran aficionado a la montaña y al eski. De hecho su primera incursión en la literatura tiene como escenario ese mundo que tanto amaba. En 1960 publica ‘Ha nevado en La Molina’, aunque su primer éxito le llega en 1962 por ‘Operación Impala’, en el que plasma la expedición de cinco aventureros catalanes por el continente africano a bordo de motocicletas ‘Impala’ fabricadas por Montesa. En 1967 obtiene el premio Doncel por su obra Rikki-Tikki y en 1968 publica ‘Gurka’, una de sus obras más preciadas.
“Debido al éxito de ‘Operación Impala’, y fascinados por la aureola de expertos africanistas que nos habíamos forjado, un grupo de cazadores barceloneses me fichó para filmar un safari en El Chad. Muy bien pagado. Si acepté, fue, entre otras cosas, para hacer méritos delante de mi suegro, al que eso de ganarse la vida haciendo fotos y escribiendo novelitas le parecía poco serio”.
Como tantos otros, la Guerra Civil dejó en él un poso de dolor que el tiempo no pudo borrar. “De alguna manera, la guerra me marcó. Las impresiones infantiles, no por inconscientes, son menos indelebles. Mi padre, sus dos hermanos y sus innumerables primos vivieron la guerra como una cruzada, con fe, con entusiasmo y con ilusión inmensos. Mi tío Alfonso, como he dicho antes, cayó en la batalla del Jarama. Mi tío Carlos, también de Regulares, salió con la pata ranca de la batalla del Ebro. Su primo Fernando Vidal-Ribas, de caballería, fue fusilado en los fosos del castillo de Montjuïch. Es posible que me inspirara en él para describir el fusilamiento de Gonzalo de Montcada en los fosos de Santa Elena, por los que me gusta perderme para escuchar el eco de los disparos venidos del más allá”.
Pero su gran pasión eran los trenes. A ellos dedica la mayor parte de su producción literaria y fotográfica, con libros como ‘Adiós viejas locomotoras’, ‘Los pequeños trenes españoles’, ‘Los últimos gigantes’, ‘Un siglo de ferrocarril en Cataluña’. ‘Máquinas, maquinistas y fogoneros’ y ‘Los ferrocarriles Vascongados’, entre otros. En 2007, ya con 77 años, debuta en la novela con ‘La enfermera de Brunete’, donde realiza un detallado retrato de la burguesía y la aristocracia catalana durante la II República y la Guerra Civil y narra la contienda española desde el prisma del bando franquista. ‘La enfermera de Brunete’ (‘Los Cipreses…’ de Gironella fueron el detonante) acaban por consagrarle como un novelista consumado. En 2009 publica su última obra, ‘El desafío’, en la que relata una historia de amor en alta mar.
Con sus imágenes ferroviarias, nos hemos iniciado en esta apasionante aventura del tren y sus historias. Gracias a él hemos vivido los tiempos del vapor y hemos aprendido más de una lección con sus entreñables textos. Por todo ello, ¡gracias maestro!