08-07-2015, 13:13
El metro de Moscú, un viejo fascinante y muy atractivo que ya ha cumplido los 80 años de vida
Publicado el julio 8, 2015|
“Todo el mundo quisiera vivir largo tiempo, pero nadie querría ser viejo”. La frases de Jonathan Swift, el escritor satírico irlandés autor, entre otras obras, de ‘Los viajes de Gulliver’ se aplica como un guante a una mano al metro de Moscú. Recién cumplidos los 80 años (15 de mayor de 1935), tiene por delante aún mucha vida y mucho camino por recorrer. Su provecta edad apenas es perceptible y se mantiene como un importante atractivo de la capital moscovita, y el sistema de transporte más visitado del mundo.
Sin lugar a dudas, el Kremlin es el destino preferido para los visitantes de Moscú. La visita, además, merece la pena. Pero si hay otro lugar que merece la pena examinar y conocer, tampoco hay titubeos: el metro. Conscientes de su popularidad, las autoridades rusas apenas han retocado las estaciones más antiguas, que conservan mármoles, lámparas, frescos, arcos, grabados, barandillas y bancos de madera como si aún se mantuvieran en los años 40 del siglo pasado.
Una buena parte de sus estaciones son auténticas obras de arte que en nada desmerecen a cualquiera de los palacios de la época zarista. en especial su línea circular, que incluye auténticos museos subterráneos como Kíevskaya, Komsomólskaya y Novoslobódskaya. Los turistas se concentran en las galerías del metropolitano para fotografiar sus salones, que incluyen cristaleras y rosetones policromados, como si se tratara de una catedral gótica. Desde la mirada más occidental, sorprende que se conserve intacta toda la simbología del convulso periodo comunista; la hoz, el martillo y las escenas revolucionarias, al más puro estilo del realismo socialista, con retratos de Lenin y otros líderes de la antigua URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas).
Nueva York o París disponen de un transporte metropolitano más grande, pero no resisten ninguna comparación en cuanto al valor artístico y arquitectónico de las galerías. Inaugurado en 1935, el monumental metro moscovita tiene más de 300 kilómetros de longitud y cerca de 200 estaciones, de las que 44 han sido catalogadas como patrimonio cultural. Los interminables atascos de la capital moscovita en días laborables convierten, además, el metro es la mejor opción para trasladarse por la ciudad, ya que cruza el centro la ciudad en apenas media hora.
Sorprende también la profundidad de algunas de las estaciones principales. Las escaleras mecánicas llegan a bajar hasta los 63 metros. La razón de este notable calado hay que buscarla en los orígenes de la Guerra Fría, ya que fueron ideadas además como refugio en caso de guerra nuclear, química o biológica, amenaza muy latente en esos tiempos de tacticimos entre los dos bloques antagónicos capitalista-comunista.
El metro es limpio, como pocos en el mundo (quizá el de Tokio) y eso que apenas si hay papeleras, que se eliminaron de la mayor parte de los trayectos por miedo a atentados terroristas. La presencia policial es constante, lo que da sensación de seguridad. Y es el lugar ideal para apreciar la multiculturalidad de la sociedad rusa y su diversidad étnica -rusos, caucásicos, siberianos y centroasiáticos- y disparidad social.
También resulta muy atractivos los mosaicos, en especial aquellos que se pueden contemplar en Kíevskaya, que incluye escenas revolucionarias como la fundación de la URSS. En Komsomólskaya resultan aún más espectaculares, si cabe, y es posible recordar la intervención de Lenin en la Plaza Roja o la batalla de Borodinó contra el Ejército de Napoleón en 1812. Es en una de las estaciones preferidas de los turistas.
No todo consiste en turismo. Construido para trasladar a la clase trabajadora, el metro sigue siendo el transporte preferido por los moscovitas. Recibe a diario a más de 9 millones de pasajeros, más que el de Tokio.
Publicado el julio 8, 2015|
“Todo el mundo quisiera vivir largo tiempo, pero nadie querría ser viejo”. La frases de Jonathan Swift, el escritor satírico irlandés autor, entre otras obras, de ‘Los viajes de Gulliver’ se aplica como un guante a una mano al metro de Moscú. Recién cumplidos los 80 años (15 de mayor de 1935), tiene por delante aún mucha vida y mucho camino por recorrer. Su provecta edad apenas es perceptible y se mantiene como un importante atractivo de la capital moscovita, y el sistema de transporte más visitado del mundo.
Sin lugar a dudas, el Kremlin es el destino preferido para los visitantes de Moscú. La visita, además, merece la pena. Pero si hay otro lugar que merece la pena examinar y conocer, tampoco hay titubeos: el metro. Conscientes de su popularidad, las autoridades rusas apenas han retocado las estaciones más antiguas, que conservan mármoles, lámparas, frescos, arcos, grabados, barandillas y bancos de madera como si aún se mantuvieran en los años 40 del siglo pasado.
Una buena parte de sus estaciones son auténticas obras de arte que en nada desmerecen a cualquiera de los palacios de la época zarista. en especial su línea circular, que incluye auténticos museos subterráneos como Kíevskaya, Komsomólskaya y Novoslobódskaya. Los turistas se concentran en las galerías del metropolitano para fotografiar sus salones, que incluyen cristaleras y rosetones policromados, como si se tratara de una catedral gótica. Desde la mirada más occidental, sorprende que se conserve intacta toda la simbología del convulso periodo comunista; la hoz, el martillo y las escenas revolucionarias, al más puro estilo del realismo socialista, con retratos de Lenin y otros líderes de la antigua URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas).
Nueva York o París disponen de un transporte metropolitano más grande, pero no resisten ninguna comparación en cuanto al valor artístico y arquitectónico de las galerías. Inaugurado en 1935, el monumental metro moscovita tiene más de 300 kilómetros de longitud y cerca de 200 estaciones, de las que 44 han sido catalogadas como patrimonio cultural. Los interminables atascos de la capital moscovita en días laborables convierten, además, el metro es la mejor opción para trasladarse por la ciudad, ya que cruza el centro la ciudad en apenas media hora.
Sorprende también la profundidad de algunas de las estaciones principales. Las escaleras mecánicas llegan a bajar hasta los 63 metros. La razón de este notable calado hay que buscarla en los orígenes de la Guerra Fría, ya que fueron ideadas además como refugio en caso de guerra nuclear, química o biológica, amenaza muy latente en esos tiempos de tacticimos entre los dos bloques antagónicos capitalista-comunista.
El metro es limpio, como pocos en el mundo (quizá el de Tokio) y eso que apenas si hay papeleras, que se eliminaron de la mayor parte de los trayectos por miedo a atentados terroristas. La presencia policial es constante, lo que da sensación de seguridad. Y es el lugar ideal para apreciar la multiculturalidad de la sociedad rusa y su diversidad étnica -rusos, caucásicos, siberianos y centroasiáticos- y disparidad social.
También resulta muy atractivos los mosaicos, en especial aquellos que se pueden contemplar en Kíevskaya, que incluye escenas revolucionarias como la fundación de la URSS. En Komsomólskaya resultan aún más espectaculares, si cabe, y es posible recordar la intervención de Lenin en la Plaza Roja o la batalla de Borodinó contra el Ejército de Napoleón en 1812. Es en una de las estaciones preferidas de los turistas.
No todo consiste en turismo. Construido para trasladar a la clase trabajadora, el metro sigue siendo el transporte preferido por los moscovitas. Recibe a diario a más de 9 millones de pasajeros, más que el de Tokio.